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Koño de krio ¿ke kompones kon el teklado? ¿No krees ke ya kaskan tus kuentos?

Tuesday, April 12, 2005

Mikel Laboa y Gregorio Ordoñez

** Enviado al Pais, Mundo, Gara, Deia, Diario Vasco y el Correo, solo apareció, que yo sepa, en la versión electrónica del Pais ***

Hace 30 años asistía emocionado a un recital de Mikel Laboa en el frontón de Trintxerpe. Su voz estridente, las armonizaciones para mi exóticas y el sonido de su Euskera telúrico ejercieron un embrujo muy difícil de explicar. Todavía sigo identificando ese instante mágico en el que ululaban las sirenas en la garganta transfigurada del bardo egregio con la esencia de la cultura vasca de la libertad. Era, y sigo siendo, un analfabeto de la política, del cálculo de los caciques. Era, y sigo siendo, un victima fácil de la emoción desbocada por una poesía poderosa y eficaz, que resuena y retumba en las habitaciones del alma. La poesía de Arze en boca de Laboa. Una poesía en especial “Txoria txori” fue un himno para mi generación:
“Hegoak moztu banizkion/ Nerea izango zen,/ez zuen aldegingo./bainan,/ honela/ ez zen gehiago txoria izango/eta nik…/txoria nuen maite”.
“Si le hubiera cortado las alas/ hubiera sido mío,/ no hubiera escapado/ Pero así/ hubiera dejado de ser pájaro./ Pero yo…/ amaba al pájaro”. Seguramente no coincido en muchos de los análisis de la realidad y de la historia que su autor e interprete pudieran sostener hoy día y aún en aquella noche mágica de hace 30 años. Sin embargo, como con el pájaro, el poeta ya no es dueño de su poesía y no puede pedirle cuentas de los corazones que toca y de las emociones que aviva. Y yo me pregunto ahora quién ama al pájaro y quién corta sus alas.

El sábado asistí al homenaje a Gregorio Ordóñez. Porque su muerte me hizo preguntarme cosas y fue el comienzo de la caída de los velos que tejen los caciques. Porque sentí entonces y siento ahora que todos fuimos heridos por la bala que mató a Ordoñez. Aunque no coincidía ni coincido con muchos de sus análisis y de sus creencias. Porque como la poesía, él ya no se pertenece a sí mismo ni a su partido y ya no puede mandar sobre quién puede enarbolarlo como un símbolo de la grandeza y de las miserias de este país.

Lo que más me llamó y me llama la atención de Gregorio Ordóñez fue su libertad, libertad hasta el descaro y la insolencia. La insolencia de pretender recoger votos en todos los cotos. El descaro de afirmar con toda la naturalidad del mundo que se puede ser de derechas y ser vasco no nacionalista, y ser libre. Libertad incluso para subirse a las barbas de los prohombres de su partido. Cuando los guardianes de la patria cumplieron con su obligación auto impuesta de podar la maleza de su jardín privado en la persona de este militante del PP nos hicieron a todos un poco menos libres, nos envolvieron con otro tramo de cadenas, a mi y a los que forman parte “de los nuestros”.

La muerte de Ordóñez me empujó a preguntarme con fuerza si quien afirmaba que amaba al pájaro más que a ninguna otra cosa no estaba cortando sus alas para domesticarlo. Quien proclama ese amor desmedido ¿no lo usa como excusa para esclavizar al pájaro?. ¿Es posible que cada pluma arrancada no sea sino una vuelta de la llave de la jaula que lo encierra para que nunca vaya más allá de donde quieren sus férreos guardianes?. La paradoja aterradora: quienes hace 30 años lloraban por la libertad del pájaro no son ahora sino sus celadores y verdugos, jardineros crueles. ¿Quién le dirá ahora al poeta que su poesía es un arma en otras manos?. ¿Quién dirá al amante sangriento y celoso que no hace falta arrancar más plumas, cortar más alas?

Seguramente los ponentes exageraron sus virtudes, las de Gregorio Ordoñez ¿cómo no hacerlo en un homenaje?. Sin embargo, en estos tiempos en los que se exalta la identidad, la sensibilidad de la pertenencia, la educación en valores, resulta que él era casi la encarnación del ideal vasco: generoso, entregado y trabajador, inteligente y creativo, apasionado, idealista y creyente, deportista y solidario, amante esposo y padre, veraz y valiente, sin doblez, un poco excesivo pero claro como el agua. Alguien en quien podían confiar tanto sus amigos como sus enemigos. Seguramente exageraron, pero no es difícil que nos parezca bueno cuando el modelo que encarnan los salvadores de la patria es el oportunismo, la mezquindad y la soberbia del señorito al que todo le es debido, las medias verdades y la mirada sesgada, el silencio y el gesto despectivo del “ya te ajustarán las cuentas”, el razonamiento inexacto y la ley siempre que y sólo cuando me convenga, la moral de plastilina, los arreglos debajo de la mesa o en la cocina, el negocio de la cultura protegida, la destrucción y la violencia como norma de vida, la indiferencia y la memoria selectiva como hábito mental. ¿Hay alguien a quien el contraste no le haga replantearse qué es eso de la identidad? ¿Acaso es un fetiche que lo permite todo en su nombre? Pues bien, parece ser que a Gregorio Ordóñez no le hacía falta identidad atávica para ser persona. Quizás por eso lo mataron. Por ser una demostración ambulante de que no hacen falta disfraces y caretas para ser persona.

Eché en falta algunas presencias. En especial la de aquellos que han hecho de su oficio vital proclamar el amor, anunciar la buena nueva, recordar que hay que poner la otra mejilla y que “quien a hierro mata a hierro muere”, que tu prójimo está allí donde hay sufrimiento y persecución. Mensajes evangélicos que parecen figurar con condiciones en los evangelios made in euskadi. Nuestra iglesia con hecho diferencial incluido parece haber domesticado también al Jesús que les recordó a los fariseos que hay que dar al Cesar lo que es del Cesar y les llamó sepulcros blanqueados. ¿Qué creen que les llamaría ahora a ellos que escriben largos y confusos tratados para explicarnos las excepciones a los mandamientos, en especial el mandamiento del amor? Entre las voces que escuche el sábado, el silencio de la iglesia resultó atronador. En un país lleno de mártires civiles, ¿dónde están los de la iglesia?.

Durante el homenaje escuché muchas peticiones de libertad. Un clamor de libertad que va creciendo como un grito aterrado. Y otra vez Arze contesta visionario, con su poesía “Zaude lasai” en los ecos de la voz de Laboa reverberando desde hace 30 años: “Askatuko ZAItuen/ ZAI bazaude/ Zaude la SAI/ zaude ZIUr/ askatuko zituela/ kateak itsusiak baitira hilotzen gorputzetan!” “Si esperas que te liberen/ estate tranquilo/ estate seguro que serás liberado; porque las cadenas hacen feo sobre la ropa del muerto”. Quizás pensaba Arze que hablaba del pasado o de aquel presente, no sabía hasta que punto podía ser profético. Quizás pensaba Arze que hablaba de unos y resultó que hablaba de los otros.

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